viernes, 31 de enero de 2014

Oraciones impersonales.

Fue el cansancio lo que hizo que me quedase dormida en aquel viejo autobús que cogí para llegar a casa. En mitad de mi segundo sueño, noté como alguien me empujaba suavemente a la vez que me decía “señorita, señorita, despierte” repetidamente.

Me desperté de repente, con los ojos medio cerrados, pues quería seguir durmiendo. El conductor me dijo que habíamos llegado a la última parada del trayecto, por lo que, un poco avergonzada, me bajé del autobús.

Aquel autobús me había conducido a un barrio que, a simple vista no me causó muy buena impresión y que desconocía por completo. Era un barrio oscuro y apagado. Se podía apreciar en él la antigüedad y dejadez de sus edificios y locales.

Conforme iba caminando, con el fin de encontrar una parada de autobús para volver a casa, me iba dando la sensación de que en aquel lugar no se vivía muy bien pues la poca gente que había en la calle no parecía muy feliz.

Seguí caminando, y no hallaba la parada por ninguna parte. De repente noté como una gota de agua cayó justo en mi nariz. Miré hacia el cielo, y de un instante a otro, comenzó a llover con gran fuerza. Llovía y llovía, y yo sin paraguas. Aquel día era, sin duda alguna, el menos oportuno para perderse por un barrio así, porque, para colmo, hacía un frío que pelaba.

De repente mi cuerpo se llenó de felicidad y mis ojos se iluminaron como dos focos. Por fin encontré la maldita parada que anduve buscando horas y horas.

Tardé en regresar a casa ya que el autobús se retardó bastante, creía que nunca llegaría.


Pero bueno, ahora aquí me encuentro, tumbada en mi cama escribiendo en mi diario el horroroso día que he pasado hoy. Espero que no se repita nunca más...

LAS ORACIONES IMPERSONALES


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LA ORACIÓN SIMPLE


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lunes, 20 de enero de 2014

LA INFANTINA ENCANTADA.



Era una noche fría y oscura, algo muy peculiar de los inviernos de Albendín, un pueblo situado al este de Córdoba. Aquella noche, una oscura neblina cubría todo el pueblo cordobés, entorpeciendo la visión en las peligrosas y curvadas carreteras que atravesaban sus bosques y robledales.   
                                                                                                                                                                          
 Daniel, un atractivo joven, conducía camino a su casa tras pasar aquella noche en casa de unos amigos. Ver con claridad era casi imposible, pues la luneta del coche se empañaba constantemente, aún pasando los parabrisas cada dos por tres.

De repente, en una de las curvas de la carretera, el coche comenzó a frenar. Pensó que sería debido a algún  fallo  del   motor, por lo que se bajó del coche y se puso a revisarlo. El motor se había recalentado, así que, esperó sentado al pie de un gran roble cercano a la carretera mientras el motor se enfriaba. Dani estaba algo asustado pues sentía que no era el único que estaba allí. Justo detrás del roble en el que él se había sentado había una preciosa chica de melena rubia y hermosos ojos claros. Ella, alegre tras haber encontrado al joven, le dijo:

-No me temas, chico. Solo soy una niña desorientada que se ha perdido en este inmenso bosque. Te estaría muy agradecida si pudieses llevarme de vuelta a mi casa. Tan solo está a un par de kilómetros de aquí.

Dani, todavía algo atemorizado, no sabía que responder. Veía algo en ella que no terminaba de convencerle. El joven, educadamente, le dijo:

-Lo siento mucho, pero he de irme ya. 

Daniel arrancó el coche y huyó lo más rápido que pudo. Mientras, miraba por el espejo retrovisor y vio como la niña permanecía en aquella curva sin quitarle la mirada, lo que hizo que su miedo aumentara aún más.

Por fin dejó de ver a la niña por el espejo. Varios minutos después llegó a su casa. El joven se sentía bastante mal, pues pensó que no había hecho bien en dejar sola a la chica en el bosque. Tratando de dejar los remordimientos a parte, intentó dormir.

A la noche siguiente, decidió pasar por la misma carretera para ver si la chica seguía estando allí. Y así fue, se encontraba justo en la misma curva de la noche anterior. Dani se acercó a ella y, pidiéndole disculpas por lo sucedido, le rogó que se subiese en el coche pues él la llevaría a su casa.

Ambos se subieron en el coche. A los pocos minutos, Daniel miró por el espejo del coche para ver a la chica, y sin saber cómo ni por qué, vio que la joven había desaparecido.

El joven, más asustado que nunca, notó una voz suave y dulce que le susurraba al oído:

-Justo en esa curva, me maté yo hace siete años en una noche como esta…


  (Imagen del Banco de Imágenes y Sonido.)