domingo, 15 de junio de 2014
jueves, 5 de junio de 2014
miércoles, 4 de junio de 2014
domingo, 20 de abril de 2014
domingo, 23 de marzo de 2014
"Lazarillo del siglo XXI"
A Coruña, a 4 de mayo de 2020.
Estimado juez:
Sepa usted que ya he recibido la denuncia en la que
se me acusa por haber robado en el mercado de la ciudad. Sepa usted también que
sí, lo hice, pero considero que tenía razones pues no estoy pasando una muy
buena situación, de hecho, en mi vida he pasado alguna buena. Puede que esta
carta no cambie nada, ni que me exculpe de la acusación, tan solo pretendo que
me entienda y que al leerla, consiga ponerse en mi lugar por tan solo un
instante.
Penamoa, A Coruña |
Nací el once de enero de hace treinta y siete años,
en Penamoa, un barrio pobre y algo peligroso de A Coruña. Crecí rodeada de humo de los cigarrillos que mi padre
fumaba todos los días y de aquel olor a alcohol que desprendía nada más entrar
en casa, rodeada de gritos, peleas y más peleas.
Todas las noches, la puerta de mi casa permanecía abierta, pues constantemente
entraban hombres, uno detrás de otro, cuyas caras al salir de mi casa parecían
de relajación y satisfacción, y yo no dejaba de preguntarme el por qué.
Conforme fui creciendo y haciéndome mayor lo fui comprendiendo, y me di cuenta
de que ese era el motivo de tantas peleas entre papá y mamá. En todas estas
peleas, tan solo escuchaba decir a mi madre “tengo que traer dinero a casa,
cariño”.
Me crié en un ambiente en el que ningún niño le
hubiese gustado crecer. Todos los niños toman como ejemplo a sus padres, y yo
no fui una excepción. Empecé muy joven a beber y a entrar en el mundo de las
drogas.
A los dieciséis años de nacer yo, nació mi hermana
Carmen, a la cual cuidé desde entonces. Sé que yo no era la persona más
adecuada que podría cuidarla, pero cualquier persona lo haría mejor que mis
padres. Desde que ella nació, mis noches de fiesta y diversión acabaron. Sin
darme cuenta, me fui apartando de la sociedad poco a poco, y me centré en otro
mundo llamado Carmen. Gracias a ella, conseguí apartarme de las drogas y del
alcohol.
Pasaron los años y mis padres ya no traían dinero a
casa, ahora era yo la que tenía que encargarse de ello. Intentaba buscar
trabajo como podía, pero nadie me contrataba. Claro está, ¿quién iba a querer
contratar a una niñata mal vestida y sin un duro? Pues nadie, esa era la
respuesta. No me quedó más remedio, ahora era gracias a mí que la puerta de mi
casa permanecía abierta por las noches. Ese mundo me repugnaba a más no poder,
pero era la única manera de llevarnos comida a la boca.
Tenía ya los veinte, y mi vida seguía siendo la
misma mierda de siempre. Lo tenía claro, tenía que salir de aquella casa como
fuese, quería escapar, ser libre, vivir la vida junto con mi pequeñaja. Hace ya
muchos años de aquel día, diecisiete para ser exactos, y todavía recuerdo como
fue.
Me desperté muy decidida de lo que iba a hacer. Preparé
una mochila con la poca ropa que mi hermana y yo teníamos, y en cuestión de cinco minutos ya
estábamos fuera de aquel lugar. En aquel momento, ni mi padre ni mi madre me
importaron, pues se pasaban todo el santo día en el sofá, consumidos por las
drogas, por lo que no fue difícil separarme de ellos.
Conforme iba caminando con mi hermana en mis
brazos, más me arrepentía de haber huido, no teníamos ningún hogar, pero pensaba
que cualquier cosa sería mejor que permanecer en aquella casa respirando el
humo de un cigarro; lo que me hacía seguir caminando. Mis planes para
sobrevivir eran buscar un hogar donde vivir y conseguir un trabajo. Creía que
conseguiría todo eso en cuestión de poco tiempo. ¡Qué inocente fui!
Pasamos un par de día en la calle, y pudimos comer
algo gracias a los pequeños ahorros que había cogido de casa antes de salir. Mi
nivel de desesperación aumentaba por momentos, no sabía qué hacer. Sabía que
esta situación no podía seguir así, por lo que cogí a la pequeña Carmen, y nos
pusimos a andar por A Coruña en busca de alguien al que no le importarse acogernos
por un tiempo.
Una amable señora, llamada Antonia, nos acogió
durante muchos años, lo que le agradeceré eternamente. Pasaron los años, y el
cariño que se creó entre Antonia y yo fue enorme, para mí era como la madre que
nunca tuve. Mi hermana se había convertido en toda una mujer. Tenía 19 años
cuando decidió marcharse de la casa de Antonia, para irse con un amigo que
había conocido recientemente. A mí me pareció muy precipitado, pero a Carmen no
le importó nada mi opinión, así que se marchó. Desde ese día, no volví a saber
de ella.
Al poco tiempo de irse mi hermana, falleció
Antonia. Yo, muy dolida por la pérdida de mi madre, tuve que abandonar la casa.
Al poco tiempo, conocí a un joven, Rubén, que me
hizo sentir eso que llaman “mariposas en el estómago”. Empezamos una relación y
a los cuatro meses ocurrió lo que cambiaría mi vida por completo.
Mi barriga
iba creciendo poco a poco, mis tobillos se ensanchaban y ganaba quilos por día.
A los ocho meses y medio nació la persona que hace que siga viviendo, Lucía. Al
poco tiempo de nacer mi niña, Rubén nos abandonó, y aún sigo sin saber el por
qué. Desde entonces, he tenido que mantener a mi hija yo sola, haciendo todo lo
posible para poder alimentarla. Y sepa usted, señor juez, que sacar a una hija
adelante, sola y sin dinero, no es nada fácil. He llegado a estar cinco días
sin comer absolutamente nada para que Lucía pueda hacerlo. Pero no me resulta
difícil, pues cuando era pequeña, hacía lo mismo con mi hermana Carmen, lo que
fuese con tal de que ella comiera. Llevo haciéndome las mismas preguntas todos
estos años: ¿Qué será de mi hermana? ¿Estará bien? ¿Será feliz? ¿Se acordará de
mí? Y aún sigo sin tener ningún tipo de respuesta.
Y ahora, a día 4 de mayo de 2020, mi vida no ha
cambiado. Vivo con mi hija, que ya tiene 2 años, en un piso muy pequeño y
cochambroso, aunque por lo menos tenemos un techo. Tengo un trabajo indignante,
en el que tan solo cobro 500 euros al mes, con lo que me es casi imposible pagar
el alquiler del piso y mantener a mi pequeña. Por eso, alguna vez me he sentido
obligada a “coger algo prestado” del supermercado.
Con esta carta, señor juez, no pretendo justificar
mi delito, tan solo pretendo que logre ponerse en mi lugar, que me entienda por
un segundo. Tengo una vida muy difícil, ¿sabe? Cada día me cuesta más
levantarme por las mañanas, sabiendo que todo sigue igual, que nada ha
cambiado. Cada día me cuesta más seguir adelante, sacar fuerzas de lo más hondo
de mí. Más me duele todavía saber que mi hija pasa hambre, por más que intento
que eso no ocurra, saber que no puedo darle la vida que se merece, eso duele. Y
no quiero ni pensar que algún día me puedan echar del trabajo, no quiero pensar
que sería de mi niña si eso pasara.
Le pido disculpas por mi error, y solo le pido una
oportunidad, intentaré que no vuelva a suceder, pero entiéndame, por favor.
También le estaría muy agradecida si pudiese ayudarme, cualquier ayuda, por muy
mínima que fuese, valdría.
Señor juez, con esto termino esta carta que me encuentro escribiendo en el salón de mi casa,mientras mi hija duerme. No he podido derramar alguna que otra lágrima al recordar lo injusta y desgraciada que ha sido y sigue siendo mi vida.
Señor juez, con esto termino esta carta que me encuentro escribiendo en el salón de mi casa,mientras mi hija duerme. No he podido derramar alguna que otra lágrima al recordar lo injusta y desgraciada que ha sido y sigue siendo mi vida.
Espero que al menos usted haya tenido un buen día.
Atentamente,Jéssica.
Atentamente,Jéssica.
domingo, 23 de febrero de 2014
miércoles, 19 de febrero de 2014
domingo, 9 de febrero de 2014
Complemento de régimen.
Aquel sábado fue uno de esos escasos días en los que me despierto con ganas de hacer algo productivo. Mis ganas de montar en bicicleta aumentaban sin saber por qué, pues llevaba sin montar en ella meses y meses. Así que, llamé a un par de amigas y decidimos ir a dar un paseo con nuestras bicicletas.
Dicen que montar en bicicleta es una de esas cosas que nunca se olvidan, pero mientras pedaleaba, empezaba a dudarlo. El manillar se iba de un lado al otro, como si hubiese cobrado vida. Pero no era eso, no, simplemente había perdido un poco de práctica.
Mis amigas no paraban de reírse de mi forma de montar en bicicleta, pero yo no veía la gracia por ningún lado, por más que la buscara.
Tras un largo paseo en bici, regresamos a casa. Yo decidí hacerlo a pie, para evitar algún tipo de accidente.
A pesar del mal rato que pasé, fue una buena mañana acompañada de unas buenas amigas.
Dicen que montar en bicicleta es una de esas cosas que nunca se olvidan, pero mientras pedaleaba, empezaba a dudarlo. El manillar se iba de un lado al otro, como si hubiese cobrado vida. Pero no era eso, no, simplemente había perdido un poco de práctica.
Mis amigas no paraban de reírse de mi forma de montar en bicicleta, pero yo no veía la gracia por ningún lado, por más que la buscara.
Tras un largo paseo en bici, regresamos a casa. Yo decidí hacerlo a pie, para evitar algún tipo de accidente.
A pesar del mal rato que pasé, fue una buena mañana acompañada de unas buenas amigas.
viernes, 31 de enero de 2014
Oraciones impersonales.
Fue el cansancio lo que hizo que me quedase dormida en
aquel viejo autobús que cogí para llegar a casa. En mitad de mi segundo sueño, noté
como alguien me empujaba suavemente a la vez que me decía “señorita, señorita,
despierte” repetidamente.
Me desperté de repente, con los ojos medio cerrados, pues
quería seguir durmiendo. El conductor me dijo que habíamos llegado a la última
parada del trayecto, por lo que, un poco avergonzada, me bajé del autobús.
Aquel autobús me había conducido a un barrio que, a
simple vista no me causó muy buena impresión y que desconocía por completo. Era
un barrio oscuro y apagado. Se podía apreciar en él la antigüedad y dejadez de sus
edificios y locales.
Conforme iba caminando, con el fin de encontrar una
parada de autobús para volver a casa, me iba dando la sensación de que en aquel
lugar no se vivía muy bien pues la poca gente que había en la calle no parecía
muy feliz.
Seguí caminando, y no hallaba la parada por ninguna
parte. De repente noté como una gota de agua cayó justo en mi nariz. Miré hacia
el cielo, y de un instante a otro, comenzó a llover con gran fuerza. Llovía y
llovía, y yo sin paraguas. Aquel día era, sin duda alguna, el menos oportuno
para perderse por un barrio así, porque, para colmo, hacía un frío que pelaba.
De repente mi cuerpo se llenó de felicidad y mis ojos se
iluminaron como dos focos. Por fin encontré la maldita parada que anduve buscando
horas y horas.
Tardé en regresar a casa ya que el autobús se retardó
bastante, creía que nunca llegaría.
Pero bueno, ahora aquí me encuentro, tumbada en mi cama
escribiendo en mi diario el horroroso día que he pasado hoy. Espero que no se
repita nunca más...
lunes, 20 de enero de 2014
LA INFANTINA ENCANTADA.
Era una noche fría y oscura, algo muy peculiar de los
inviernos de Albendín, un pueblo situado al este de Córdoba. Aquella noche, una
oscura neblina cubría todo el pueblo cordobés, entorpeciendo la visión en las peligrosas
y curvadas carreteras que atravesaban sus bosques y robledales.
Daniel, un atractivo joven, conducía camino a su casa
tras pasar aquella noche en casa de unos amigos. Ver con claridad era casi
imposible, pues la luneta del coche se empañaba constantemente, aún pasando los
parabrisas cada dos por tres.
De repente, en una de las curvas de la carretera, el
coche comenzó a frenar. Pensó que sería debido a algún fallo del motor, por lo que se bajó del coche y se puso a revisarlo. El motor se había recalentado, así
que, esperó sentado al pie de un gran roble cercano a la carretera mientras el
motor se enfriaba. Dani estaba algo asustado pues sentía que no era el único
que estaba allí. Justo detrás del roble en el que él se había sentado había una
preciosa chica de melena rubia y hermosos ojos claros. Ella, alegre tras haber
encontrado al joven, le dijo:
-No me temas, chico. Solo soy una niña desorientada que
se ha perdido en este inmenso bosque. Te estaría muy agradecida si pudieses
llevarme de vuelta a mi casa. Tan solo está a un par de kilómetros de aquí.
Dani, todavía algo atemorizado, no sabía que responder. Veía
algo en ella que no terminaba de convencerle. El joven, educadamente, le dijo:
-Lo siento mucho, pero he de irme ya.
Daniel arrancó el coche y huyó lo más rápido que pudo. Mientras,
miraba por el espejo retrovisor y vio como la niña permanecía en aquella curva
sin quitarle la mirada, lo que hizo que su miedo aumentara aún más.
Por fin dejó de ver a la niña por el espejo. Varios minutos
después llegó a su casa. El joven se sentía bastante mal, pues pensó que no
había hecho bien en dejar sola a la chica en el bosque. Tratando de dejar los
remordimientos a parte, intentó dormir.
A la noche siguiente, decidió pasar por la misma
carretera para ver si la chica seguía estando allí. Y así fue, se encontraba
justo en la misma curva de la noche anterior. Dani se acercó a ella y,
pidiéndole disculpas por lo sucedido, le rogó que se subiese en el coche pues
él la llevaría a su casa.
Ambos se subieron en el coche. A los pocos minutos,
Daniel miró por el espejo del coche para ver a la chica, y sin saber cómo ni
por qué, vio que la joven había desaparecido.
El joven, más asustado que nunca, notó una voz suave y
dulce que le susurraba al oído:
-Justo en esa curva, me maté yo hace siete años en una
noche como esta…
(Imagen del Banco de Imágenes y Sonido.)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)