domingo, 23 de marzo de 2014

"Lazarillo del siglo XXI"


                                   A Coruña, a 4 de mayo de 2020.
Estimado juez:


Sepa usted que ya he recibido la denuncia en la que se me acusa por haber robado en el mercado de la ciudad. Sepa usted también que sí, lo hice, pero considero que tenía   razones pues no estoy pasando una muy buena situación, de hecho, en mi vida he pasado alguna buena. Puede que esta carta no cambie nada, ni que me exculpe de la acusación, tan solo pretendo que me entienda y que al leerla, consiga ponerse en mi lugar por tan solo un instante.
Penamoa, A Coruña




Nací el once de enero de hace treinta y siete años, en Penamoa, un barrio pobre y algo peligroso de A Coruña. Crecí    rodeada de humo de los cigarrillos que mi padre fumaba todos los días y de aquel olor a alcohol que desprendía nada más entrar en casa, rodeada de gritos, peleas y más peleas. 
                                                                  Todas las noches, la puerta de mi casa permanecía abierta, pues constantemente entraban hombres, uno detrás de otro, cuyas caras al salir de mi casa parecían de relajación y satisfacción, y yo no dejaba de preguntarme el por qué. Conforme fui creciendo y haciéndome mayor lo fui comprendiendo, y me di cuenta de que ese era el motivo de tantas peleas entre papá y mamá. En todas estas peleas, tan solo escuchaba decir a mi madre “tengo que traer dinero a casa, cariño”.


Me crié en un ambiente en el que ningún niño le hubiese gustado crecer. Todos los niños toman como ejemplo a sus padres, y yo no fui una excepción. Empecé muy joven a beber y a entrar en el mundo de las drogas.


A los dieciséis años de nacer yo, nació mi hermana Carmen, a la cual cuidé desde entonces. Sé que yo no era la persona más adecuada que podría cuidarla, pero cualquier persona lo haría mejor que mis padres. Desde que ella nació, mis noches de fiesta y diversión acabaron. Sin darme cuenta, me fui apartando de la sociedad poco a poco, y me centré en otro mundo llamado Carmen. Gracias a ella, conseguí apartarme de las drogas y del alcohol.


Pasaron los años y mis padres ya no traían dinero a casa, ahora era yo la que tenía que encargarse de ello. Intentaba buscar trabajo como podía, pero nadie me contrataba. Claro está, ¿quién iba a querer contratar a una niñata mal vestida y sin un duro? Pues nadie, esa era la respuesta. No me quedó más remedio, ahora era gracias a mí que la puerta de mi casa permanecía abierta por las noches. Ese mundo me repugnaba a más no poder, pero era la única manera de llevarnos comida a la boca.


Tenía ya los veinte, y mi vida seguía siendo la misma mierda de siempre. Lo tenía claro, tenía que salir de aquella casa como fuese, quería escapar, ser libre, vivir la vida junto con mi pequeñaja. Hace ya muchos años de aquel día, diecisiete para ser exactos, y todavía recuerdo como fue.


Me desperté muy decidida de lo que iba a hacer. Preparé una mochila con la poca ropa que mi hermana y yo teníamos, y en cuestión de cinco minutos ya estábamos fuera de aquel lugar. En aquel momento, ni mi padre ni mi madre me importaron, pues se pasaban todo el santo día en el sofá, consumidos por las drogas, por lo que no fue difícil separarme de ellos. 


Conforme iba caminando con mi hermana en mis brazos, más me arrepentía de haber huido, no teníamos ningún hogar, pero pensaba que cualquier cosa sería mejor que permanecer en aquella casa respirando el humo de un cigarro; lo que me hacía seguir caminando. Mis planes para sobrevivir eran buscar un hogar donde vivir y conseguir un trabajo. Creía que conseguiría todo eso en cuestión de poco tiempo. ¡Qué inocente fui!


Pasamos un par de día en la calle, y pudimos comer algo gracias a los pequeños ahorros que había cogido de casa antes de salir. Mi nivel de desesperación aumentaba por momentos, no sabía qué hacer. Sabía que esta situación no podía seguir así, por lo que cogí a la pequeña Carmen, y nos pusimos a andar por A Coruña en busca de alguien al que no le importarse acogernos por un tiempo.


Una amable señora, llamada Antonia, nos acogió durante muchos años, lo que le agradeceré eternamente. Pasaron los años, y el cariño que se creó entre Antonia y yo fue enorme, para mí era como la madre que nunca tuve. Mi hermana se había convertido en toda una mujer. Tenía 19 años cuando decidió marcharse de la casa de Antonia, para irse con un amigo que había conocido recientemente. A mí me pareció muy precipitado, pero a Carmen no le importó nada mi opinión, así que se marchó. Desde ese día, no volví a saber de ella.


Al poco tiempo de irse mi hermana, falleció Antonia. Yo, muy dolida por la pérdida de mi madre, tuve que abandonar la casa.

Al poco tiempo, conocí a un joven, Rubén, que me hizo sentir eso que llaman “mariposas en el estómago”. Empezamos una relación y a los cuatro meses ocurrió lo que cambiaría mi vida por completo. 
Mi barriga iba creciendo poco a poco, mis tobillos se ensanchaban y ganaba quilos por día. A los ocho meses y medio nació la persona que hace que siga viviendo, Lucía. Al poco tiempo de nacer mi niña, Rubén nos abandonó, y aún sigo sin saber el por qué. Desde entonces, he tenido que mantener a mi hija yo sola, haciendo todo lo posible para poder alimentarla. Y sepa usted, señor juez, que sacar a una hija adelante, sola y sin dinero, no es nada fácil. He llegado a estar cinco días sin comer absolutamente nada para que Lucía pueda hacerlo. Pero no me resulta difícil, pues cuando era pequeña, hacía lo mismo con mi hermana Carmen, lo que fuese con tal de que ella comiera. Llevo haciéndome las mismas preguntas todos estos años: ¿Qué será de mi hermana? ¿Estará bien? ¿Será feliz? ¿Se acordará de mí? Y aún sigo sin tener ningún tipo de respuesta.


Y ahora, a día 4 de mayo de 2020, mi vida no ha cambiado. Vivo con mi hija, que ya tiene 2 años, en un piso muy pequeño y cochambroso, aunque por lo menos tenemos un techo. Tengo un trabajo indignante, en el que tan solo cobro 500 euros al mes, con lo que me es casi imposible pagar el alquiler del piso y mantener a mi pequeña. Por eso, alguna vez me he sentido obligada a “coger algo prestado” del supermercado. 


Con esta carta, señor juez, no pretendo justificar mi delito, tan solo pretendo que logre ponerse en mi lugar, que me entienda por un segundo. Tengo una vida muy difícil, ¿sabe? Cada día me cuesta más levantarme por las mañanas, sabiendo que todo sigue igual, que nada ha cambiado. Cada día me cuesta más seguir adelante, sacar fuerzas de lo más hondo de mí. Más me duele todavía saber que mi hija pasa hambre, por más que intento que eso no ocurra, saber que no puedo darle la vida que se merece, eso duele. Y no quiero ni pensar que algún día me puedan echar del trabajo, no quiero pensar que sería de mi niña si eso pasara. 


Le pido disculpas por mi error, y solo le pido una oportunidad, intentaré que no vuelva a suceder, pero entiéndame, por favor. También le estaría muy agradecida si pudiese ayudarme, cualquier ayuda, por muy mínima que fuese, valdría.

Señor juez, con esto termino esta carta que me encuentro escribiendo en el salón de mi casa,mientras mi hija duerme. No he podido derramar alguna que otra lágrima al recordar lo injusta y desgraciada que ha sido y sigue siendo mi vida. 


Espero que al menos usted haya tenido un buen día.       
 
Atentamente,Jéssica.